El sonido de algo burbujeando lo despertó. Seguido por el estruendo de un metal impactando contra el suelo. Entonces brincó en su sitio. Estaba sentado en una silla al lado de la mesita de la cocina. Encima de la mesa había una manzana cortada en cuatro pedazos. Sintió un sabor ácido en la boca. Miró hacia abajo y vio el cuchillo entre sus pies descalzos, exhaló con alivio.
El burbujeo siguió sonando y un olor a quemado comenzó a trepársele por la nariz. Miró hacia en frente y vio una olla sobre la estufa. Supo que lo que olía era café. Se apoyó en el espaldar de la silla para ponerse de pie y todo comenzó a girar. Abrió las piernas para equilibrarse y, con el amargo sabor de bilis que se le asomó por la garganta, todo se detuvo. Caminó hacia el fregadero y soltó un escupitajo largo y baboso. Apoyó las manos, bajó la cabeza y tomó aire. La cocina olía a la cafetería que quedaba debajo de su antiguo apartamento. Tostaban el café allí mismo y siempre le tenían los dos vasos para llevar.
Sin moverse de donde estaba abrió el gabinete que tenía encima. Se golpeó la frente con la puerta y lo maldijo. Aún no se acostumbraba a las dimensiones de este nuevo piso enano. Tomó una taza y la llenó. La agarró por la pared para darle un sorbo. Abrió los ojos y apretó la mandíbula para contener el grito por el ardor. Tensionó el cuerpo y caminó robóticamente hasta su puesto en la mesita. Puso la taza y sacudió la mano. Arrastró la silla hacia él y acomodándose de vuelta en ella sintió pisar algo helado. Volvió a contener un grito. Se miró la planta del pie y descubrió la silueta del cuchillo estampada. No tenía sangre, pero le ardía. Tocó la parte del filo con la yema de sus dedos, que también la ardían. A sus cafés les ponían un cartón protector a los vasos. Los llevaba de vuelta hasta el piso sin quemarse, entonces Catalina estaría terminando de cortar la fruta.
Después de examinarse la planta del pie y los dedos por un rato estuvo seguro de que no tenía nada. Miró a su alrededor, todo parecía estático: la cama a sus espaldas, desorganizada; al fondo, donde estaba el baño, vio que la luz estaba encendida; la olla sobre la estufa ya no burbujeada; la taza botaba vapor, la manzana comenzaba a ponerse negra, y la boca aún le sabía a feo. Deseó no recordar dónde estaba y sacudió la cabeza.
Anda, come, se dijo. Con el primer mordisco se sintió asqueado. Contuvo una arcada. Esta vez no hubo bilis. Volvió a cerrar los ojos y se vio en la mesa de su cocina anterior, terminando el café, echándole un chorrito de whisky a escondidas de Catalina, quien hacía gárgaras en el baño, terminando de alistarse para que él pudiera entrar y lavarse los dientes también, y salir juntos. Volvió a abrir los ojos. Ahora vio su taza y las botellas en la cocina al descubierto, medio borracho, en este apartamento, solo, nuevo y enano. Anda, come, se volvió a decir, te ayudará.
arte: Laura Estrada